jueves, 31 de julio de 2014

Nuestro lago.

Corrí a refugiarme en mí misma. No sentía frío. No sentía hambre. La verdad es que no sentía nada. No sé cuánto tiempo estuve dormida, si horas, días o simplemente unos pocos minutos. Todo en mi mente estaba turbio, necesitaba despejarla. Volver a sentir un atisbo de luz en mi interior, sentirme viva.
Levanté un poco la persiana, lo justo para distinguir siluetas en la penumbra de mi habitación sin verme obligada a percibir el tono blancuzco de mi piel, para así rebuscar entre mecheros, cucharas y papel de aluminio aquello que me ataba a la vida, o mejor dicho, aquello que me alejaba un poquito más cada vez de ella.
Humedecí las yemas de mis agrietados dedos y comencé a buscar aquel billete que me conduciría a un destino incierto. Y ahí estaba. Una sonrisa, que parecía más bien una mueca, se me contorneó sobre mis delgados labios. O así era como los recordaba yo.
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No me acuerdo muy bien dónde me senté a morir. Cerré mis ojos, los párpados me pesaban. Estaba muy cansada después de encontrarme con mis demonios. La única compañía con la que contaba desde que salí por última vez de mi destartalado apartamento a encontrarme con aquel drogadicto que me mostró una visión diferente del mundo. Una visión más amena y llevadera.
Y ahí la vi. Estaba preciosa, tal y como la recordaba. Con su cabello color ceniza revuelto, su piel dorada por el sol que nos acompañaba siempre en verano, su vestido lleno de barro y su mirada divertida y traviesa. Una copia idéntica a mí. 
No se había percatado de que la estaba observando hasta que apareció nuestro pequeño Retriever corriendo como loco hacia mí. Y ella se unió. Entre risas acabamos los tres tirados en la fresca hierba la cual nos había visto crecer juntos, al lago del pequeño lago que nos pertenecía. Era nuestro paraíso.
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Y me desperté de golpe. Mi mano había rozado un hongo que descomponía una manzana a medio comer. Asqueroso. Aquel sueño me hizo querer volver a sentir la brisa del lago. Así que decidí adentrarme en aquel infierno de humanos del que estaba rodeada para cumplir mi último deseo. Andé cubierta con una sudadera, a pesar de que no había ya sol, durante media hora. Aún recordaba el camino. Y me paré en seco cuando percibí el rumor del agua muriendo en las orillas de piedra que encerraban el agua de nuestro lago. Todos aquellos recuerdos que pasé junto a mi hermana volvieron a mí. 
Cogí la barcaza que seguía amarrada a un poste. El color azul se había descascarillado con el paso de los años, pero por el resto, seguía igual. Incluso aún estaba nuestra manta de cuadros.


Sí. Allí era donde quería dejar de sufrir y esconderme de todo. Allí era donde quería reunirme de nuevo con mi alma gemela. Correr la misma suerte que ella, bajarme en su misma parada. Llegué al centro del lago y tiré los remos. Me cubrí con nuestra manta, aquella que nos había arropado tantas noches a las dos... Y me dormí. Esta vez, espero que para siempre.







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